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CONSPIRACION COSMICA.Una investigación breve de Arístides Alcón.

 

Brillante viernes. La diafanidad de la atmósfera transparenta la ladera cordillerana. Febo rebota en las nieves eternas y se refleja en las aguas del Rìo Grande, mientras los cascarudos hacen picnic en las rocas colgantes. El Bicho desciende la pared vertical del cañón. Parece Spider Man bajando el Rockefeller Center. El pato que nada serenamente levanta el cogote desde el agua como diciendo: “si se cae, que se joda por boludo”. La naturaleza es impiadosa.

 

Las imágenes bucólicas se suceden en los caminos recónditos. El Titi separa un cajón de sándwiches y avisa “este es para mí”. “El sándwich?” le pregunta Ricardo, siempre vigilante de los consumos de la Joya. “No, el cajón” responde Titi, asumiendo que todo el contenido es para él.

 

A esa altura, el fatídico destino futbolístico cascarudo para el partido del sábado estaba escrito. Antes del picnic, habían explorado la famosa cueva embrujada, en los alrededores de Malargüe. La conspiración estaba en marcha. No era parte de ella ningún rival, ningún dirigente, ningún árbitro. Algo mucho más poderoso, en esos misteriosos arrabales cósmicos, ejecutaba sus planes.

 

 Involuntariamente, o no, quizá guiados por un inconsciente designio de autodestrucción futbolística inspirado por invisibles hilos del espacio, los cascarudos fueron al encuentro de su peor enemigo. Porque ignoraban (¿ignoraban?) que el único ser vivo habitante de la cueva embrujada, en plena montaña y en la oscuridad absoluta, es el ser que mantuvo con la especie un odio  irreconciliable, forjado en las batallas por la supervivencia de un universo desolado, recién aparecido, millones de años atrás: la “Lumbricus zombificante de las cuevas”, denominada en círculos menos académicos  “el gusano boludizante “.

 

Todos ingresaron a la cueva, excepto el DT, un montañista claustrofóbico capaz de cruzar los Andes en pony pero incapaz de superar el encierro tenaz de esa prisión andina. Allí, uno a uno, arrastrándose bajo las estalactitas y estalagmitas formadas en la prehistoria, cuando la rivalidad cascarudo vs lombricus era el clásico del domingo televisado por canal abierto más célebre del período jurásico del mesozoico, precisamente allí, los cascarudos fueron uno a uno inoculados por el infame gusano con el llamado “néctar de la somnolencia inmovilizante”.

 

La leyenda dice que luego de millones de años de crueles enfrentamientos en las cuevas andinas, finalmente el cascarudo prevaleció y emergió al espacio exterior. A partir de entonces, la especie se desarrolló imparablemente por todo el planeta. No hubo geografía, ni clima ni comisión directiva que frenase su imparable evolución. El cascarudo se expandió bajo cientos de formas, dando lugar al grupo de los coleópteros. Fue el triunfo de los coleópteros sobre los “lumbricus”. Una especie de Montescos y Capuletos geológico que no tuvieron siquiera el remanso romántico de Romeo y Julieta.

 

Mientras los coleópteros coparon el mundo, los “lumbricus” permanecieron por la noche de los tiempos en la nulidad evolutiva, confinados en la oscuridad absoluta de las cuevas, destilando venganza. Y el momento llegó.

 

Porque desde que los cascarudos marchan al macizo andino, no hay vez que no vuelvan bajo el cantito “salta salta salta/casca chinche poroto/se vuelven a baires/con el culo roto”. Y esta vez no fue la excepción. Ahora se explica.

 

Papers científicos publicados por la “Geological Society Villa Talleres Research” advertían que el temible gusano inocula un poderoso somnífero natural, que se activa con la aceleración de las pulsaciones (por ejemplo, al jugar al fútbol). Tal cual los cascarudos ese sábado por  la tarde.

 

Resultó asombroso observar un plantel perfectamente entrenado para las dimensiones de la cancha de 11, con un rodaje táctico impecable, un estado físico a prueba de cualquier esfuerzo, que llegaba en su mejor forma individual y colectiva, deambular penosamente por la cancha.

 

 Fue un 1-5 piadoso. Los cascarudos no dejaron torpeza por cometer, a medida que los efectos del “néctar zombificante” se potenciaba con cada pique. Desde chocarse entre sí, en una escena donde no se sabía si intentaban pasarse o disputarse la pelota, hasta el pase al vacío absoluto (solo habitado por un  nuevo e inquietante jugador, el fantasma Josesito); hasta raptos de enfriamiento que motivaban ponerse una camperita en pleno partido. Para cerrar el grotesco, desde el público, después del quinto gol, se escuchó la frase soltada por una de las consortes de los locales: “A ver los visitantes si mueven un poco el orto, o vinieron a comer chivo??!!”.

 

Final. 1-5 en Villa Atuel. 1-4 en Mendoza. 1-4 en Santiago de Chile. 1-5 en Malargüe. No es la cancha de 11 y sus dimensiones imposibles. No es el estado físico. No es falta de fútbol. No es la dirección técnica. Es la conspiración cósmica de los “Lumbricus”, que finalmente ha podido ser detectada. Así que en adelante, mejor agarrar para Mar del Plata. Eso sí, nada de visitar Sierra de la Ventana.

 

Aristides Alcón, desde el Parador Sedal de Punta Lara, sin sponsors pero sin cuevas.

 

Abrazo cascarudo para todos.

 

 

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