¿Qué significa cumplir años? El año terrestre, también llamado “año sideral”, no es otra cosa que el tiempo que tarda el planeta en dar una vuelta completa alrededor del Sol. O sea, la Tierra arranca, ¿no? ¿Se dirige hacia algún lado? No. Va así, así, navegando, navegando, describiendo un óvalo, da la vuelta completa y termina en el sitio exacto en donde arrancó. Algo totalmente imbécil. Entonces si, como decimos, cumplir un año es un hecho absurdo, una taradez, cumplir 50 años es un ejército, una plaza colmada, un estadio repleto de pelotudez humana.
Traduciendo para los Cascarudos, gente algo arcaica para los conceptos astronómicos: cumplir años viene a ser como si arrancáramos con uno de nuestros partidos de ahora, con un Villa Atuel, supongamos. Llegamos al estadio, nos metemos en el vestuario, nos cambiamos, abrimos el botiquín y nos medicamos (usamos tanto medicina tradicional como alternativa), salimos a la cancha, calentamos poco para no estar muertos antes de empezar; arranca finalmente el partido y le ponemos garra, le ponemos garra, cuerpeamos, raspamos, le tiramos el pelo al rival, le tocamos el culo, y a fuerza de no fútbol, con el Loco visiblemente drogado de punta, metemos un gol y después todos atrás, catenaccio a morir, a resistir, a resistir, parece que estas vez sí, parece que esta vez se da, pero faltando tres minutos nos clavan tres goles al hilo y, como ocurre siempre, perdemos. Entre el cascarudaje fea sensación de fracaso, comenzamos a retirarnos de la cancha, la cabeza gacha, de la cintura para abajo no sentimos los miembros, la sangre no nos irriga el cerebro y hablamos más boludeces que lo acostumbrado; pero entonces prrrriiiit suena un silbado mágico y de golpe “estamos comenzando de nuevo el mismo partido”, con los mismos rivales, sabiendo de antemano que vamos a volver a perder, pero ahora hechos mierda física y anímicamente. Y así una y otra vez, empieza el partido, termina, perdemos y comienza de nuevo, termina, perdemos y comienza de nuevo, termina, perdemos y comienza de nuevo. Y cada vez más hartos, más viejos chotos, más hechos mierda y sin ningún progreso. Eso, amigos aquí reunidos, es la vida.
Por esto mismo, yo pregunto: ¿qué hay que festejar hoy acá? ¿Se justifica haber viajado desde puntos alejados del país? ¿Tiene sentido sentirnos felices esta noche? ¡No, claro que no! Además, con una mano en el corazón, ¿uno cuánto tarda en darse cuenta de este sinsentido antes de suicidarse: seis, pongamos siete partidos? ¿Bicho, llegaste al partido 50 y no te diste cuenta? ¿Qué estás festejando? No se sabe.
Por eso yo creo que acá hay algo más, no seamos ingenuos, en esta fiesta hay un despliegue importante, mantelería de primer nivel, servicio de mozos, dj. Señores, a riesgo de ganarme más de un enemigo, quiero denunciar que esta fastuosa fiesta en la que estamos todos hoy, es una estrategia de lavado de dinero sucio por parte de la señora esposa del Bicho, la stopper Andrea, Tesorera de la administración más corrupta que el Centro Universitario de Junín en La Plata, recuerde en sus años de vida. La mencionada señora Bruno, con el Sr. Cirilo, alias Chelo, alias Micucho, alias Clemente, nuestro funesto arquero, que hoy viaja por el mundo, manda videos pedorros y lamentablemente no está presente para poner la cara; utilizando además como prestanombre a un ingenuo estudiante residente en la Casa de Junín en La Plata, el Nono C., vaciaron el Centro Universitario de Junín y desde ese momento fueron ingresando al circuito legal miles de millones de australes producto del vil saqueo.
Cómo se explica sino la fastuosa fiesta de casamiento de la pareja, el reciente viaje a Roma, parando en los hoteles más caros de la ciudad de los Césares, el arregló de la cocina de la casa de calle 35, con esa coqueta mesada de diseño, la parrilla de última generación y el lavadero minimalista, que bueno, tiene algunos problemitas cuando llueve, porque como no tiene alero, si uno sale al patio y quiere usar el lavarropas, se caga mojando.
Pero yendo a cosas menos ríspidas, amigos, hoy quiero aprovechar para poner los puntos sobre las ies sobre un tema que puede parecer una perogrullada, pero que no lo es: “pasada la edad de los diez años para un cascarudo festejar el cumpleaños es un claro comportamiento gay”. Los señores aquí presentes no me van a dejar mentir ¿quién de ustedes festeja su cumpleaños? Ninguno, nadie. Como excepción, recuerdo que asistimos a un cumpleaños de Arístides Halcón (que fue más bien un pecado de juventud, producto de la inexperiencia y de que su señora no estaba aleccionada, Arístides pidió una reunión con el tribunal de disciplina, se disculpó y la cosa no pasó a mayores). Pero intentando hacer memoria, descubro que además de ese caso excepcional, a los dos únicos cumpleaños a los que yo asistí son a este y al cumple de 40 del mismo sujeto, el inculpado, el Bicho. Y ahora voy a permitirme un apartado para hacer notar un suceso que se dio en aquella ocasión, en el cumple de 40, quiero decir, que produjo estupor y una profunda amargura en el plantel cascarudo: el pescado móvil ese que recibió el agasajado de regalo. A un tipo que cumple cuarenta, con pelo en la espalda y en las orejas, un tipo que ronca como una motoniveladora y orina sin levantar la tabla, un mediocampista aguerrido que en su limitado juego inmortalizó la Calesita de Pacífico, ¡por Dios, prestemos atención en el momento de elegir qué se le va a regalar! No sé, una docena de alfajores de Edelmira Castro, un rebenque de cuero trenzado, un fusil semiautomático, la filmografía completa de Long Don Silver; pero un pescado de plástico que vos apretás un botoncito y hace así con a cabeza y con la cola, ¡imperdonable!…. Discúlpenme pero si a mí alguien me regala algo así lo recontra-re-cago bien a trompadas.
Bueno, cuando surge la noticia de que el Bicho quiere festejar su cumple de 50 el Comité Central Cascarudo se reúne en The Clovers Pub, su reducto del casco histórico de la ciudad de Buenos Aires (el Bicho como en cada una de estas reuniones, siguiendo las órdenes de su mujer “tiene que volver cenado”, así que se pide seis triples de jamón y queso, cazuela de mariscos, un bife de chorizo y vino de la casa), como corresponde, hay un debate y finalmente se le autoriza el festejo del cumpleaños “con la condición” de que se retire del fútbol. El Comité Cascarudo funciona así, la casuística de su toma de decisiones es impenetrable, puede depender de si hay clima seco o húmedo, de la realidad política bonaerense, la conjunción de Marte con Júpiter, de si la moza tarda mucho o poco en traer la cerveza, o si hay un piquete en la autopista La Plata – Buenos Aires, pero “nunca, nunca” de las necesidades o los deseos del interesado. El comité Central da su veredicto, el damnificado intenta una resistencia: “Muchachos, pero si todavía tengo un par de años de buen fútbol para dar”. “Bicho, tu último minuto de buen fútbol lo brindaste en el año 84, en Villa Arguello, durante la administración Alfonsín”, es la respuesta. “Hacés ese cumpleaños gay de mierda, te hacemos el partido despedida, te retirás del fútbol y a otra cosa mariposa”.El Bicho sale de aquella reunión tocado, masticando su dolor. “El equipo me necesita”, se dice una y otra vez. ¡Error, amigos! El equipo no lo necesita, el equipo no necesita a nadie, es más, a la luz de los resultados del último tiempo el equipo no necesita ni jugar, es lo mismo presentarse que declarar la fecha libre. Ahora bien, ¿A qué obedece esta no necesidad?, se preguntarán ustedes - y aquí damas y caballeros voy a plantear uno de los postulados que vertebran el andamiaje filosófico del pensamiento cascarudo (si quieren pueden tomar apuntes) – “el equipo no necesita jugar… porque el cascarudo siempre pierde”. ¿Y es esto caprichoso, depende del puro azar del juego, de una buena o mala tarde? No señor, segundo postulado y atenti con esto: “el cascarudo siempre pierde porque perder… es erótico”.
Sí, amigos, han escuchado bien y hago esta arriesgada afirmación porque tengo cómo demostrarlo. Les pregunto ahora a las señoras de los cascarudos aquí presentes: ¿si hubiésemos ganado cada campeonato en el que participamos en La Plata, si no hubiésemos perdido esa final contra Rauch, si el Mono no hubiera errado ese triste penal, si en nuestro periplo por las canchas del país, hubiésemos venido cantando victorias resonantes, ¿Nos desearían de la misma forma, las excitaríamos igual? Hablo de atracción física, de esa pulsión puramente animal. ¿Las encendería un sujeto que dijera siempre, “seeee, biennnn, ganamos 4 a 0, gorda, preparame el baño? ¿Eh?….Claro que no, por supuesto que no, ¿Seguiría siendo el Bicho este macho cabrío, peludo, barrigón, irresistible, si no fuese un ser torturado por la angustia de no saber qué fue lo que sucedió en el último minuto, en qué falló el equipo? No señora, el fracaso, el traspié, la oportunidad desperdiciada encienden sus sentidos, el perdedor tiene ese no sé qué, la derrota erotiza, invita a la esposa devota a empastillar a los chicos y a tirarse en la cama de dos plazas para recibir a su héroe en desgracia, a permitirle dejarse puesta la gloriosa camiseta cascaruda empapada, las medias olorosas, los botines embarrados, para entregarse sin culpas a los primeros escarceos amorosos, su hombre derrotado la envuelve con su encanto, le hace perder la razón, la hace aullar de enloquecido goce.
Muy bien, ahora algunos datos biográficos. El Bicho, hoy también llamado Hippie Jimmy por este temita de las drogas, nace en el año 1963 en el Sanatorio Junín de parto natural, da sus primeros pasos en el Campito de la Calesita, e inspirado en el juego infantil, como ya dijimos, inmortaliza una técnica que va a dar que hablar, y sobre todo “que putear” principalmente entre sus compañeros de equipo. Asiste al Colegio Nacional de Junín y al grito de “nacio-nacio-nació-nal” concurre bailar los sábados por la noche a Masterhand; a bailar es una forma de decir, porque ya de adolescente comienza a sufrir de la rodilla y en la porción media del cuerpo arrastra una malformación genética conocida en el ambiente traumatológico como “cintura de mármol”.
Tras un período de indefinición sexual, en el que entabla una relación confusa con otro integrante del plantel cascarudo que no viene al caso identificar, conoce a su actual mujer en el Centro Universitario de Junín en la Plata. Ella es joven, encantadora y maestra jardinera, él romántico, hincha de Boca y coleccionista de revistas Play Boy, el flechazo es inmediato. Luego sucede, como ya dijimos, el triste hecho del vaciamiento de la entidad, como Tesorera y responsable del ilícito ella debe huir de la justicia refugiándose en la salita rosa de un jardín de infantes de Berisso, él se hace socio del Club Universitario, se tira a la piscina y nada, nada, nada. Nada durante 18 años seguidos a un promedio de 600 largos diarios. En el club se olvidan de su presencia, piensan que aquello que va y viene por la pileta es un barrefondo de última generación, y la causa prescribe.
En tanto la pareja ya ha contraído matrimonio, el Bicho, romántico impenitente, con el barrio en la sangre, quiere seguir yendo a jugar a la pelota con los muchachos y repasar su colección de revistas Play Boy encerrado en el baño, pero el mandato de ella es una familia bien constituida. Así termina convenciendo al Bicho de que los niños son algo bastante lindo de ver en el hogar y poniéndoles los pulloveres apropiados hasta incluso pueden hacer juego con los muebles del living. Engendran dos párvulos, una nena y un varoncito, el tiempo transcurre veloz, los hijos traen nuevas responsabilidades y los veranos del Club Universitario se vuelven peligrosos. Para desactivar a una bandada de aguiluchos jóvenes que le vuelan en círculo a la mayorcita, el Bicho se anota en el campeonato de vóley para menores en el que ella participa, para vigilarla de cerca: lo ponen de doble función, no consigue nunca elevarse del piso, recibe todos los remates, se le mete arena en los lentes de contacto, en fin, algo patético, penosísimo.
Y ahora, queridos amigos, debo hacer mención a un aspecto importante en esta vida de aventuras: su trabajo profesional. “¡Mierda, investigador del CONICET!”, comenta por lo bajo el plantel cuando el Bicho comunica la novedad. Hay que entenderlos, bastante primitivos en sus razonamientos los cascarudos cifran esperanzas, menudea el entusiasmo, la cálida expectativa. En sus filas, lamentablemente, abundan abogados y contadores de dudosa moral, ingenieros y médicos que violan el secreto profesional, agrimensores umbandas, geólogos y gremialistas coimeros y homosexuales estrellas de la dramaturgia y el miusijol, el Bicho puede romper con la maldición, remontar esta caída libre en picada: va a ser el primer investigador, el primer científico del equipo. En la imaginería cascaruda giran en loca danza los retratos de Milstein, de Houssay, de Leloir.
Cuando ante la pregunta del comité central sobre cuál va a ser el objeto de su investigación, se le escucha proferir “la frutilla”, el equipo lanza una risotada grosera. El Bicho se apura a aclarar: “No, no es un chiste: la frutilla”… En la reunión cunde el desconcierto, se apuran los tragos de vodka, pisco, cashasha, gin, ron, grapa y ajenjo intentando asimilar el disparate. “¿La frutilla?” “¿la frutilla?,” “¡Bicho, danos una fusión del átomo, una cura del Alzheimer, pero ¿la frutilla?” La discusión se acalora, los cascarudos se vuelven sarcásticos, hirientes: “Nosotros apostamos todo por vos, hasta te hicimos jugar de titular, ¿cómo “la frutilla?” “¡Che, Bicho, y llegado el momento de los papers ¿qué vas a publicar, la receta del helado al agua o a la crema?” Triste, desalentador, pero sobre todo incomprensible: una inteligencia superior ocupada en una fruta de estación. Pero el Bicho Martínez persiste en el error, sigue investigando con la mira puesta en el Premio Nobel, el futuro está abierto, nunca se sabe...
Y para cerrar, trasladándonos al presente, la vida del Bicho hoy es un mar de confusión: hace chistes por Facebook que sólo entienden Stephen Hawking, Sheldon de The Big Bang Theory y él. La crisis de la edad, su alejamiento del fútbol, el crack de la industria de las revistas pornográficas, lo han ido llevando por el camino sin retorno. Sus conocidos, suelen verlo por las noches deambulando por Plaza Italia con grupos de fieritas, ha sido cooptado por la filosofía reggae, se deja el pelo largo, no se afeita, le escapa al baño, utiliza prendas de colores estrafalarios, como el ya comentado pantalón corto de los Celtics.
Alejado de la práctica activa del fútbol, ¿cómo serán de aquí en más sus sábados, o sus domingos por la tarde? Lo ignoramos. Haciendo un esfuerzo de imaginación yo lo intuyo yendo y viniendo por la casa en pantuflas, feteando de pasada algún salamincito de Roca en la mesada de diseño de Andrea, preparándole un fernet con coca al novio de su hija mayor, siempre plantado arriba de los patines para no rayar los pisos, hablando por señas para que su señora no se pierda palabra del programa de Polino. Digan si eso no es la felicidad.
Muchas gracias.