VCP 2019. UNA COPLA Y TRES POSTALES.
Con cuidado compañero,
si atropella a un cascarudo
no va a creer que por manso
es que le está dando alas,
si viene a insultar de guapo
lo recagan a trompadas
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Siempre listo pal vermú
bien fraternal del encuentro
pero si mete aspaviento
un rival descolocado
no le quedan alineados
los dientes pal tercer tiempo
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No le ande hablando muy juerte
reprochando sus aciones
que más vale poner firme
y jugar bien calladito
que gritar muy calentito
y comerse los piñones
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Y no crea que de guapo
la va ningún cascarudo
solamente hacen lo suyo
sin joder a los demás,
pero si los va a buscar
asegúrese la cincha
porque no se los arrea
pechando con el matungo
y en un abrir y cerrar de ojos
te bajaron de la silla
y te dejan el mentón
más negro que las canillas.
“Cascarudo pero no boludo”, poema gaucho de Avenamar del Cerro.
POSTAL 1. El 7 a 1 no se olvida más.
“Esta vez a Josecito no se la paso” pensó el Bicho y enfiló por el carril del 8.
“Cuántos pases a la punta le hice, jamás una devolución” se ratificó, a medida que aumentaba la agitación camino al vértice del área grande. Los cascarudos ganaban 3 a 1 pero bajo intensa presión, de esas por las cuales el empate llega casi antes que el descuento. Así de apretados estaban.
Igual, después de tantos años de compartir las subidas por la punta, casi atisbó a su derecha, como si fuera a relojear aquellas apariciones fantasmales, que tantas veces le habían arruinado el final de la jugada. Pero esta vez no, “yo la empiezo, yo la termino” se repitió. Y como para demostrarse que ya no había vuelta atrás, cuando pisó el área sacó un puntazo que tomó altura con un leve viboreo, rompió la velocidad del sonido cuando pasó justo sobre el punto penal y se incrustó en el ángulo superior derecho del arco. La única reacción del arquero fue preguntar si estaban lloviendo meteoritos.
Tremendo gol que rompió el partido. En su esperada reaparición, el Bicho deja estupefactos a sus propios compañeros, que esperaban el pase fatal a Josecito. Hasta que lo abraza el plantel completo. No le queda tiempo para sentimientos. “Dale Bicho, marcá, después te emocionás afuera”, le grita Ricardo desde la línea de cal. Y otra vez a meter. El cascarudo no te permite aflojar ni aunque te declaren botín de oro.
Pero faltaba. Porque en los mejores minutos de VCP, a lo anterior sobrevino un slalom de izquierda al medio de Fuchi, paralelo a la línea del área. Bordó una y pasó un defensor, pero no quedó el hueco para patear. Parecía una convención de gordos que se le aparecían de a uno. Bordó otra y uno más desairado. Y ya la empezó a tocar corta, como preparando el derechazo. Al tercero le hizo una fractura de cadera con un regate diabólico y ahí sí, escuchando los ruegos del Tío Mario que le pedía por favor que patee, metió un estiletazo recto que pasó entre los caídos y se metió bajita junto al palo derecho.
Qué partido señores. Porque antes de todo esto también pasaron cosas. Por ejemplo, la apertura del marcador. Pedro recibe abierto por la derecha, ángulo un poco cerrado para patear, pero la acerca al área y desde ahí nomás le pega tres dedos, la pelota toma la típica comba inversa que le daba el Chelo Delgado, pasa como saludando a los zagueros al mismo tiempo que se aleja fatalmente del arquero, que ya no la verá más. Porque tuerce de golpe hacia el ángulo del segundo palo, se mete allá arriba y cae en el fondo de arco. Esos piques bajos que queda haciendo la pelota parecen un aplauso a la excelencia del remate.
Y faltaba más. Porque ya 5 a 1, otra reaparición estelar. El Mono deja el tubo de oxígeno al costado de la cancha y, al sentirse mucho más liviano, le dio por incursionar por el andarivel del 4. Y fue y fue. Jugada de pizarrón y fina definición con la frialdad de un goleador. Claro que no siempre el cascarudo queda del todo conforme. Después de recibir el aplauso general, Ricardo le hace un cariñoso recordatorio: “desde que hiciste el gol hasta que volviste a la posición pasaron como cinco minutos”. Y bueno, es que el tubo de oxígeno había quedado al costado de la cancha.
Y abreviamos recordando goles de los clásicos verdugos del CUJ, en este y otros partidos de esta edición: El Gaspo, otro de Pedro, de Ricardo, del Tero y siguiendo. Con la mejor versión de Rudy en sus incursiones cascarudas, cinta de capitán incluida.
Pero alguien sonreía particularmente satisfecho con la presencia goleadora del Bicho, Fuchi y el Mono. Se trataba del nuevo Jürgen Klopp cascarudo. El que los mandó a la cancha a cada uno en el momento justo. Íntegramente ataviado de Adidas, cual Helmut Schön en Alemania 1974, el Farra afloja su gesto reconcentrado en cada gol y se dice muy bajito: “cómo sé de esto”.
POSTAL 2. Fogonazos del pasado.
En el peor momento cascarudo, al final del primer partido, se desata una acalorada discusión táctica al borde de la cancha entre el Bicho y el Mono. Pero la cosa sube de tono. Alguien reflexiona: “y, como ya no pueden pasarse la pelota, se pasan las cuentas”. Y así, escala un airado intercambio de reproches que llega a los tiempos estudiantiles.
“Porque vos no me prestaste la bicicleta para ir a rendir el último final” dice uno, elevando la voz. “Y seguro, si cuando te la presté la primera vez, en vez de devolverla, la dejaste tirada bajo la lluvia en el pasillo del departamento de Tablerito”, replica el otro.
“Mentira, mentira”, se escucha, “lo que pasa es que querías vengarte por la tarde de domingo que tuviste que ir a hacerme la pata en Status”, vuelve a la carga el anterior.
“Noooo, de ninguna manera”, responde el otro más ofendido, “si fui igual a pesar de las tortas de trigo que te mandaban de Junín, tenían dos meses fuera de la heladera y me causaron un colapso gastrointestinal”, replica exaltado el oponente (lo de colapso gastrointestinal es una licencia elegante del autor, expresión original irreproducible).
“Colapso fue el que le causaste a las cuentas del baile en el centro de Azul. Cuando anunciaron a medianoche que había superávit empezaste a regalar whisky como si fueran las muestras gratis de ibuprofeno que regala Pedro!!”, retoma el primero, completamente alterado.
“No te conviene hablar de eso”, contesta el agraviado, “en qué departamento apareció una caja con seis botellas de ron esa noche?! Eh?” refuerza la furibunda contestación.
“Calumnias, todo falso, fake news, me plantaron la caja para borrarme de la campaña por la presidencia del CUJ!!” vocifera el anterior. “Y si vamos a hablar de fraude, quién marcaba los papelitos para la votación del equipo todos los jueves?? Eh?, no te hagas la Caperucita Roja!!”, agrega.
A esa altura, parecía un diálogo de “Teatro como en el Teatro”, con producción de Wilfredo Ferrán y dirección de Carucha Lagorio. Pero terminó el partido. Listo. Fue como si cayera el telón. Abrazo final. “Yo ya me olvidé”. “Yo también, tontín”. El Tero me mira, menea la cabeza y lanza una frase: “Y, estamos grandes…….”. Y a tomar mate en la pileta cubierta del hotel.
Postal 3. Nunca hicimos amistades.
Haciendo memoria, alguna vez hasta se pudo concertar un amistoso + asado con Adelia María. Una historia de partidos disputados pero en paz, parejos y limpios. Pero algo falló de entrada en esta edición.
Filtraron un sub 30 en la formación inicial, con la excusa que “quiere jugar con el papá”. Para jugar con el papá está medio grandecito y además tiene 30 años menos que nosotros, fue el razonamiento lógico, siempre precedido por el racionalismo científico cascarudo, aunque con un léxico algo más rústico.
Como la opción era jugar o retirarse, el cascarudo se quedó. Pero ya fue un mal comienzo. Y siguió peor, cuando el sub 30 puso a su equipo en ventaja. A partir de ahí, una cierta reciedumbre inicial se acentuó, como devolviendo atenciones. El viejo axioma: “lo que te da el escritorio, se siente en los gemelos”.
Ya en el segundo tiempo, el juego cascarudo, que venía de una muy buena performance en el 7 a 1, se consolida en un circuito dominado por el Piojo, Rudy, un medio con despliegue y una defensa bien firme.
Para cuando Ricardo convirtió el empate, los cascarudos ya insinuaban el segundo. Los estaban llevando de a poquito, como lechón pal pueblo y ahí, justo ahí, pasó lo que pasó.
Recién ingresado, el Tero (otro regreso auspicioso) entró en sintonía con la línea de pase corto y diálogo futbolístico atildado con sus colegas de buen pie ya mencionados, redondeando el circuito con Ricardo, el Tío Mario y Elegar, muy consolidado como lateral izquierdo.
En un momento, el Tero va a marcar a un rival e incurre en un foul leve, el clásico toquecito que desequilibra. Pero entonces el rival se levanta y le dirige un imperdonable “qué pegas de atrás, h de p y la p m que te parió”. Pudrición total.
El abalanzamiento colectivo sobre el agresor rememoró la inolvidable tarde contra Carlos Casares de 1985, y la trifulca se generalizó. Si semejante kilombo no terminó peor, fue porque primó la contextura, firmeza pacificadora y destreza ordenatoria del Titi, que controló la situación desatada sin siquiera quitarse las gafas negras, impertérrito ante el aluvión de piñas que le pasaban a dos centímetros del rostro. Un auténtico profesional.
A todo esto, el árbitro se retiró a prudente distancia, como para evitar algún uppercut de nocaut al vuelo que le pudiera tocar en el revoleo de ambos bandos.
Y para coronar un episodio lamentable, sin mediar disculpas del agresor verbal, el rival se retiró alegando un demagógico “nosotros no venimos para esto”. Pero por lo visto, sí para insultar de una forma que nunca justifica la reacción, pero que sigue mereciendo una disculpa personal, punto de partida de una necesaria recomposición de relaciones.
Ojalá así sea, nadie va a la guerra, mucho menos el cascarudo, para quien el fútbol es la excusa para el asado posterior. Pero con respeto y sin ventajas, mano a mano y que gane el mejor.
Lo demostró el partido siguiente, duro y difícil como siempre con los sanjuaninos, un empate cerrado que pudo ser triunfo y que terminó como debe ser, con un abrazo y las felicitaciones por dejar todo en la cancha.
Arístides Alcón, ahora con wi fi desde Punta Lara.
Abrazo cascarudo para todos.